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El despertar del permafrost, otra consecuencia del cambio climático

Desde el inicio de Good4Good, una de nuestras principales preocupaciones ha sido la concienciación sobre el cambio climático. Nos encontramos ante uno de los retos más complicados a los que jamás nos hemos enfrentado como especie, por lo que no tenemos tiempo que perder. La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible nos marcan la pauta a seguir en los años venideros. Es el camino si queremos revertir parte del proceso. 

Y es que el cambio climático posee múltiples aristas. La alteración de los ecosistemas terrestres y marinos, el calentamiento global, la pérdida de biodiversidad o nuevas enfermedades como el Covid-19 son algunas de las consecuencias directas de este hecho. Sin embargo, otros muchos problemas relacionados con la crisis climáticas pasan desapercibidos para la opinión pública. Este es el caso de la paulatina desaparición del permafrost. 

¿Qué es el permafrost? 

El permafrost es una capa terrestre que se encuentra en las zonas más frías próximas al círculo polar ártico. Se trata de suelo que ha permanecido permanentemente congelado por dos o más años consecutivos. Su espesor puede llegar hasta 1,5 km de profundidad. Es importante resaltar que no se trata de hielo, sino de suelo congelado (con una temperatura inferior a 0 grados). 

Sobre el permafrost aparece otra capa, denominada “capa activa”. Esta si que sufre procesos de congelación y descongelación a lo largo del año y es sobre la que se desarrolla la vida. 

El permafrost ocupa alrededor del 20-24% de la superficie terrestre, se encuentra sobre todo en Siberia, Noruega, Tíbet, Canadá o Alaska. Para que nos hagamos una idea de las dimensiones, los desiertos y zonas áridas ocupan alrededor del 25% del planeta. 

El calentamiento global, recordemos que los últimos años han sido los más calurosos desde que se tienen registros, está afectando de forma notable a la conservación del permafrost, el cual está comenzando a desaparecer

Las consecuencias de la descongelación

Como comentamos, sobre el permafrost se encuentra la “capa activa”, aquella sobre la que es posible el desarrollo de la vida. Al descongelarse esta capa más profunda que sustenta a esta otra superficial se producen fuertes derrumbamientos de tierra. Es decir, todo lo que se encuentre sobre el permafrost corre un grave peligro de desestructuración. Ya estamos comenzando a ver algunas de las consecuencias de este hecho. 

Por ejemplo, el verano pasado se produjo un espectacular deslizamiento de tierra en la localidad de Alta, al norte de Noruega. También Rusia sufrió una de las catástrofes ambientales más importantes de las últimas décadas por esta situación. Debido a los deslizamientos de tierra en junio se produjo un vertido de combustible en la ciudad de Norilsk. Los estudios preliminares indicaron que la causa podría haber sido el derrumbamiento de los cimientos de la infraestructura por el deshielo del permafrost. 

Esta situación, de verse agravada, provocará futuros derrumbamientos y posibles accidentes como el de Norilsk. Las autoridades rusas ya han prometido una auditoría de todas las infraestructuras con posibilidad de ser afectadas por este fenómeno. Además de estas consecuencias, el deshielo provocará grandes migraciones de personas que verán sus lugares de residencia en peligro, así como pérdidas económicas incalculables. 

Por otro lado, al tratarse el permafrost de una capa con miles de años de antigüedad alberga todo tipo de material orgánico que ahora se está liberando. Esto puede desencadenar la reactivación de enfermedades que han permanecido congeladas durante siglos. También se liberarán cantidades ingentes de carbono que han permanecido almacenadas, lo que provocará el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, con las consecuencias que todos conocemos. 

Estas deberían ser razones de sobra para entender las dimensiones del cambio climático. No podemos seguir mirando para otro lado, aún estamos a tiempo de actuar para intentar revertir la tendencia. Tenemos mucho trabajo por delante, pero si todos nos unimos quizás podamos aprovechar la última oportunidad que tenemos para salvar el planeta. Porque no tenemos planeta B. 

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