Parar un momento lo que estemos haciendo y mirar hacia atrás: el camino recorrido, mirar hacia delante e imaginar el futuro y finalmente preguntarnos, ¿es esto lo que quiero en la vida?, ¿qué estoy haciendo?, ¿soy feliz?, ¿estoy decidiendo yo mi destino o me estoy dejando llevar?, ¿sé lo que quiero?, ¿sé lo que me gusta?, ¿voy a por ello?.
¡Qué miedo da esto! ¿Verdad?, ¿Y por qué me voy a parar, si está claro lo que tengo que hacer? Estudiar, tener hijos, ir prosperando en el trabajo, jugar con los amigos al pádel (o al fútbol o al tenis o al parchís, vamos que esto da igual, no te enganches aquí), ir al cine, llevar a los niños al parque (y a jugar al ajedrez, a yudo, a kumon, a piano…), organizar barbacoas…¡Pues como todo el mundo!, ¿qué tengo que pensar?
Esta es la inercia. Si nos subimos a ella, nos lleva hasta el final de nuestros días. Pasaremos por la vida y, ciertamente: disfrutaremos de buenos momentos, tendremos alegrías y penas, conviviremos con los demás. Todo esto, normalmente, dentro de un plan establecido, unas normas, unas tradiciones, unas costumbres, un “qué dirán”, un “pues yo también”, un “qué van a pensar de mí si hiciera esto o lo otro’.
Inercia es… que las viviendas sean tan parecidas. Me refiero no solo a la distribución sino también a la decoración y la funcionalidad que le damos. ¿Os habéis fijado que las cocinas son básicamente iguales (y los cachivaches sobre la encimera), y los dormitorios y la ropa de cama, y la estructura del salón comedor? En mi piso no hay mesa de comedor con sus sillas alrededor. En su lugar hay espacio. Os aseguro que cuando entra alguien por primera vez me pregunta, ¿y la mesa?. ¿Para qué quiero una mesa, con sus sillas alrededor, ocupando espacio todo el tiempo, si la utilizo un par de veces al año?
Y qué me decís de la forma de vestir, y del tipo de fiesta de cumpleaños, y del tipo de vida que queremos para nuestros hijos y a la que les arrastramos como poseídos para que la consigan, sin tener en cuenta lo que quieren ellos y lo que en realidad les conviene; y de cómo juzgamos a los que se saltan la inercia. A veces, o casi siempre, somos nosotros mismos los que nos juzgamos impidiéndonos reconocer que existen otras opciones.
Nos cuesta tomar consciencia de cómo es nuestra vida. Se requiere coraje y mucho valor para mirarnos hacia dentro y estar dispuesto a descubrir o reconocer qué hay, qué vemos, quiénes somos y qué nos gusta, para después darle vueltas a lo que hemos aprendido de nosotros mismos y aquí viene lo más difícil: tomar decisiones al respecto.
Somos reacios a decidir, porque decidir implica renunciar y lo cierto es que…lo queremos todo. Qué duro resulta renunciar, que se lo digan a Marie Kondo y lo que le cuesta convencer a la gente que ¡con 30 libros en casa ya es suficiente!
Pero no estábamos en decidir, ni renunciar, estábamos en romper la inercia. Normalmente, ese momento llega tras un suceso dramático en nuestra vida: una muerte, una enfermedad grave, una separación dolorosa, un despido.
Cuando sufrimos una gran pérdida, ya sea física o material, de salud, económica, amorosa, laboral o familiar, el ranking de valores se altera y en estos momentos sí que se produce un punto de inflexión en nuestra vida. Pero de nuevo, no lo hemos elegido nosotros, y puede que tampoco nos conduzca a un cambio apreciable de cara al cómo continuar nuestra vida.
Tanto si es consecuencia de un hecho dramático como si se trata de una decisión voluntaria de parar y cuestionarnos si hay otras opciones para ser feliz, que en definitiva es el fin de todas nuestras acciones, ese momento es el que nos hará crecer.
Para que se produzca crecimiento, se requiere un cambio. Se necesita salir de la tan manida expresión zona de confort. Y sales de ella o bien voluntariamente, (duro, muy duro tomar esta decisión, coraje y valor need it), o tras una situación de pérdida que te noquea.
Depende de nosotros, y solo de nosotros, cómo queremos pasar por la vida: dejándonos llevar (y nos irá bien; tranquilos, es lo normal, muchos nos acompañarán en el camino); o queriendo crecer. Las dos opciones son válidas, solo necesitamos encontrar la que nos hace feliz.
Escoger ir por el camino del crecimiento requiere responsabilidad, compromiso, tomar las riendas, decidir y, a cambio, obtenemos intensidad. Me estoy refiriendo a:
- Abrir las puertas a nuevas personas con las que mantener conversaciones estimulantes e inspiradoras
- Disfrutar de experiencias motivadoras, leyendo, viajando (con los ojos y oídos abiertos, no como una maleta)
- Estar con la gente, respetarla, y escucharla, sabiendo que solo así podemos aprender, aceptar y comprender.
- Divertirnos, pasarlo bien.
Cuidarnos, reservando tiempo para nosotros, para nuestro té (café, gyn, cerveza…), un paseo, una película, amistades, un rato de meditación o simplemente, para no hacer nada, solo disfrutar del silencio.
Antonia Caballero Cano se define como “coach, economista, escuchadora, aventurera, privilegiada, agradecida, alerta, consciente, resolutiva y sociable”. Lleva años dedicada a “crear encuentros” y a aportar “bienestar a personas y equipos”. Sigue su Columna La Fuerza en Good4Good para continuar mejorando.