El cine social es, sin duda, el género cinematográfico que más logra situar al espectador en la piel de sus personajes. Es un cine que, sin necesidad de artificios, elaborados maquillajes o trajes caros, te envuelve dentro de los problemas que viven día a día sus protagonistas. Este tipo de cine nos sirve para conocer problemas que no hemos vivido, pero que existen. También, para lograr empatizar con las personas que tienen otras circunstancias. E incluso para saber como actuar si, llegado el momento, nos viéramos en situaciones cercanas o similares a las que plasman sus historias.
La película “La hija de un ladrón” (2019) de la directora novel Belén Funes nos adentra en la vida de Sara. Es una joven de 21 años que vive en la periferia de Barcelona y que, debido a su situación de desamparo, vive junto a otros jóvenes en una vivienda social. Sara no tiene madre, es sorda de un oído, su padre acaba de salir de la cárcel, tiene un hermano pequeño a su cargo, trabaja en sitios temporales y precarios y, además, el padre de su hijo no la quiere como pareja. Todos estos baches son los que tendrá que sortear la protagonista a lo largo de toda la historia.
Los jóvenes y la precariedad laboral
Una de las realidades más duras de los últimos años en España es que los jóvenes se han enfrentado a dos crisis económicas monumentales. Una es la crisis de 2009 y ahora la de la pandemia mundial de la Covid-19. En la película, vemos como Sara, sin más apoyo económico que el de ella misma o las ayudas sociales que le concede el organismo correspondiente de su localidad, trabaja de lo que puede. Estos trabajos son de baja cualificación, y por supuesto totalmente respetables, como limpiadora de oficinas o cocinera en un centro de jóvenes local. Todos ellos temporales y con horarios abusivos. La pobre ha de asumirlos para poder sacar adelante a su bebe y darle una educación a su hermano de tan solo ocho años.
Sin embargo, Sara no es la única que tiene que vivir con este martirio laboral. Los jóvenes españoles siempre han sufrido ciertas irregularidades y abusos en cuanto a condiciones laborales se refiere. Especialmente los que se encuentran todavía estudiando, ya sea un grado superior, una carrera o un máster. Estos jóvenes sufren, por parte de las empresas, el abuso de contar con su esfuerzo, dedicación y trabajo sin recibir remuneración a cambio de lo que llaman “prácticas académicas en empresas”. Hoy sigue ocurriendo y seguimos a la espera de que salga una ley que regule y obligue que finalmente se tiene derecho a recibir una cantidad mínima de dinero como ayuda al estudiante o sueldo representativo. Cabe mencionar que, por el hecho de ser becarios, no se tiene que asumir que todo vale. Sea en el campo laboral que sea.
A día de hoy, es bien sabido que un joven de menos de 35 años no puede independizarse en ciudades como Madrid o Barcelona. Salvo si cuenta con dos sueldos y el apoyo de una pareja que, a su vez, tenga también dos sueldos. Esta situación produce ansiedad, depresión y angustia al estar incapacitados para abandonar el hogar paternal o simplemente para crear su propia vida.
La supervivencia emocional y la familia
Otro de los problemas a los que se enfrenta la protagonista es que, aunque no le queda otra que tirar sola con la vida, debe cuidar a un hermano y a un bebé. A su vez, son sus únicos pilares emocionales. El padre de su hijo la rechaza como pareja sentimental y, por tanto, hace imposible la creación de una familia dentro de los estándares sociales. Sara se encuentra con la responsabilidad de ser madre por partida doble. No solo de su bebé, sino de su hermano pequeño y, además, lo tiene que hacer sin apoyos económicos o emocionales.
Por ello, en esta película se pone de manifiesto la necesidad de ayudas a las madres solteras, jóvenes o en situación de pobreza, por parte de la comunidad a la que pertenezcan. Y a su vez, la necesidad de psicólogos especializados en personas jóvenes que se enfrentan solas a la paternidad y no tienen recursos ni ayudas extra. También expone la necesidad de sentirse arropado por un núcleo más o menos grande de miembros (en este caso familiares). Esas personas nos recuerdan la necesidad primaria de la vida en comunidad y la necesidad de sentirse amado. En definitiva, el ser querido es la mayor aspiración de todo ser humano.
La gestión de la soledad y el asilamiento
Durante toda la película, recurriendo a los silencios y prácticamente a la ausencia de sonido en la trama, nos ponemos en la piel de Sara. Sentimos su desolación y su abandono. No solo como hija de un padre que no la trata como debería y que está prácticamente ausente en su vida, sino como persona que vive fuera de los cánones de persona con estudios, pareja y sueldo estables. A lo largo de toda la historia, acompañamos a Sara a entrevistas de trabajo competitivas. También presenciamos como la mujer que vive con su padre quiere echarla de su casa. Parece increíble que una persona que se encuentra tan sola y abandonada, sin apenas apoyos emocionales, pueda tirar de la vida tan solo con su esfuerzo personal y su valentía. Por ello, aunque no sea ninguna heroína de cine de acción, se trata, sin duda, de todo un ejemplo de superación y lucha personal por ser alguien en la vida. Aunque, como ella misma dice, “tan solo es una chica normal y corriente”.
El cine social ayuda a visibilizar colectivos y cuestiones incómodas cuando son ajenas. Ayuda a despertar la conciencia que aguarda dormida en nuestro ritmo ajetreado del día a día o en el egocentrismo de nuestros problemas personales. Y nos muestra que lo que realmente importa en esta vida es la capacidad de superación y la valentía. Por y para superar literalmente todo lo que nos sucede y todo lo que está por venir.
Soy Irene Merino, comunicadora y periodista cultural. Devoradora de historias y soñadora hasta la médula. Viviría dentro de una sala de cine y moriría entre las páginas de un libro. Me emociono en el teatro y por supuesto con los videojuegos. La vida sin música sería un error, y sin cultura una tortura.