Antes de comenzar a escribir sobre la película en sí hablaré, si se me permite; de la experiencia que tuve durante su visionado en la última edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges.
Tuvo lugar durante una de las sesiones del mediodía del fin de semana del puente del 12 de octubre, por lo que el cine donde se proyectó se encontraba lleno hasta la bandera, palcos incluídos.
El público mayoritario estaba formado por familias con niños pequeños, ya que a fin de cuentas es el target al que va dirigido el film que nos ocupa.
Puedo asegurar que durante la casi hora y media que duró la proyección no se oyó ni una mosca, lo que dice mucho del poder hipnótico de una propuesta más que digna que al final fue celebrada con una gran salva de aplausos.
Salvajes se trata de una coproducción entre Suiza, Francia y Bélgica dirigida por el realizador suizo Claude Barras, quien recibió encendidos elogios tras su debut en el terreno del largometraje con la magnífica La vida de Calabacín, lo que le llevó incluso a estar nominado a los premios Oscars de 2016 como mejor película de animación, aunque no acabará llevándose el galardón, ya que competir aquel año contra la majestuosa Del revés de Pixar/Disney era tener todos los números de no ganar.
En este, su segundo trabajo para la gran pantalla, traslada la acción a la isla de Borneo, concretamente en los límites de la selva tropical. Allí hallamos a nuestro protagonista, un chaval cuyo padre trabaja en la plantación de palma de aceite. En principio vive una vida bastante apacible, hasta que la amenaza llega a la naturaleza en forma de inmobiliaria invasiva que tiene planeado destruir gran parte del hábitat natural para construir un gran complejo de edificios.
Los problemas no habrán hecho más que empezar, acrecentados por una situación crítica en la que el desafío “urbanita” chocará de frente con la apacible vida del reino animal que habita la zona. Fruto de esa situación extrema, y con la ayuda de un primo autóctono de la zona con el que en principio no hace muy buenas migas, nuestro héroe se verá obligado a ejercer de accidental padre adoptivo de una cría de orangután a la que intentarán proteger de todo mal ajeno.
Así, a partir de la mirada puesta a la altura de los más pequeños, aquí se van a tratar temas de rabiosa actualidad como son la destrucción de la selva, la lucha por los recursos y la preservación del hábitat de los pueblos indígenas, criticando de manera harto realista el trato degradante de la gente de los estados ricos y privilegiados para con quien no dispone de ese tipo de beneficios.
Y el director consigue transmitir ese mensaje apoyándose en una animación en stop- motion portentosa y de resultado estético impresionante, tal y como ya alcanzara en su trabajo precedente, con esas enormes cabezas tan expresivas, y, dependiendo de la figura, con esas formas tan características que las armonizan con el espacio ambiental y tan colorista donde transcurre la acción, lo que no sólo realza el realismo y la
autenticidad, sino que enfatiza aún más el mensaje ecológico. Todo ello musicalizado con los sonidos propios de la naturaleza, confiando plenamente en el paisaje sonoro del bosque.
Uno de los aciertos más importantes que hallamos en el desarrollo argumental del film es el de enfrentar al protagonista de la historia con un entorno al que no está para nada acostumbrado. Huyendo de la realidad debe refugiarse en lo más profundo del bosque, y ahí se verá completmanete desarmado y necesitará la ayuda de quien lleva viviendo allí toda la vida.
El espectador se ve arrastrado a esa misma experiencia inmersiva y va descubriendo al igual que Keria los entresijos de una verdad que difiere mucho de la que le habían enseñado, llegándose a conclusiones en las que por ejemplo se puede llegar a adquirir formación proveniente del reino animal, donde son aceptados con similares condiciones de los seres humanos.
Ese mismo estado de indefensión también nos viene dado por la decisión del director de que los indígenas hablen en su lengua, que ni el protagonista ni nosotros entendemos y que además no está subtitulada para el público, aunque de vez en cuando tengamos la ayuda del padre que ejerce las veces de traductor.
Si recordamos los anclajes argumentales de su film anterior, Barras ya se preocupó por la situación desesperada de los niños que en principio dependen de los adultos pero que finalmente encuentran sus propias estrategias para liberarse de su impotencia y así volverse algo más independientes. Aquí se nos explican conceptos que deberían ser normales pero que pasan casi por revolucionarios, como que las redes sociales puedan servir para atacar facetas positivas, o la importancia que puede llegar a tener un
simple panel solar para conseguir conexión a internet y poder informar al resto del planeta de la precariedad en la que se vive en algunas zonas del mismo.
En definitiva, con su declaración apasionada contra la destrucción del medio ambiente,
la película llega más que a un público joven. Por su propia estética, merece la pena ser
vista también por adultos y supone un llamamiento a la toma de conciencia de nuestra
responsabilidad ecológica.
Autor: Francisco Nieto.