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Volver siempre a hacerlo

Este relato alude a la importancia del bienestar de la salud mental, importante todo el año, pero especialmente en estas fechas. Desde CUT, entendemos que esta époc no son fáciles para todos y queremos mandar nuestro apoyo a todas las personas que están enfrentando problemas de salud mental. Recuerda que no estás solo/a, y que puedes llamar al 024 en cualquier momento del día. 

Una lágrima resuena sobre sus manos de cristal. Su piel está fría. Las últimas semanas se han mezclado entre sí y Ángela ya no recuerda qué día se metió en la cama para apenas volver a salir. No sabe con exactitud la fecha en la que se encuentra; sabe que es Navidad por las luces que hay en su calle. 

Hace un esfuerzo descomunal: se levanta de la cama y arrastra sus pies, como puede, hasta el baño. Cuando se mira en el espejo, le vuelve un pensamiento que se ha instalado en algún momento de las últimas semanas, o meses, o durante el último año. Ese no es su cuerpo, esa no es su cara. No le pertenecen. Son ajenos, irreconocibles. 

Quisiera recordar cómo empezó todo aquello. Le vienen flashes de sus vidas anteriores, aunque, poco a poco, se diluyen todos los recuerdos donde era feliz para dejar paso a una sensación de vacío permanente. “Quizá la vida siempre fue así”. Pero no es verdad: la preceden varias vidas de amor y ambición, que se han disipado, poco a poco, en el olvido. Cuestión de supervivencia: hay pérdidas y lecciones imposibles para las que no te prepara la vida.

De vuelta en su cama, el silencio se vuelve opresivo. Este silencio es roto cuando se comienzan a escuchar villancicos en la calle. Algo dentro de ella se mueve, aunque no sabe si es inquietud o desesperación. La fatiga sigue ahí, pero, en realidad, ya no puede dormir más. Intenta ignorarlo, hundirse de nuevo en la niebla que ha sido su refugio durante tanto tiempo. Pero el impulso persiste, como un latido irregular que se niega a apagarse.

Sin darse cuenta, y aunque no le gusten, tararea los villancicos que escucha a lo lejos. Un pensamiento le cruza la mente: el piano de pared de su madre.

En la esquina del salón, cubierto de polvo, está el viejo piano. Hace meses que no lo toca, hace un año que dio por perdida su pasión verdadera. Ni siquiera sabe si el instrumento estará afinado. Ni siquiera confía en si recordará algo. Ángela se dice que no tiene sentido, pero se sorprende a sí misma poniéndose de pie.

Cuando se sienta frente al piano, sus manos tiemblan al levantar la tapa. Es como si todo lo que ha evitado enfrentar estuviera contenido ahí, esperando ser liberado. Se queda quieta un instante, dejando que sus dedos reconozcan las teclas. La primera nota que toca suena desafinada, pero no le importa. Lleva tanto tiempo sin escuchar música, que encuentra una magia indescriptible en el sonido ahogado de las notas. No existe nada más en el mundo.

Sin pensarlo, sus manos encuentran unos acordes y una melodía que compuso hace unos años. Son melancólicos, pero reconfortantes. Se equivoca, pero no se frustra. Vuelve a empezar. 

Se aclara la garganta, tose. Teme que su voz no funcione después de tanto tiempo. Comienza a cantar bajito la letra que escribió para acompañar la pieza, sin dejar de tocar. La repite, una y otra vez.

Ángela toca y canta hasta que los dedos y la garganta le duelen, hasta que el salón se llena de algo más que desorden: esperanza.

Cuando termina, deja caer las manos en su regazo y cierra los ojos. Siente el latido acelerado de su corazón, el calor que regresa a sus manos por primera vez en mucho tiempo.

Y, entonces, se reconoce. Se levanta y mira a su alrededor. Todo está hecho un caos: platos sucios, colillas, ropa… 

Las horas pasan mientras Ángela se mueve enérgica por el salón, recogiendo y limpiando. Incansable, sigue con la cocina, después, su habitación. Algo ha cambiado. Es sutil, es verdadero. 

Al día siguiente, el piano se ha vuelto a convertir en su refugio. Toca y canta al despertar. Enciende, después de varias semanas, el teléfono y mira la fecha: 25 de diciembre. Le llegan cientos de mensajes de las últimas semanas y llamadas perdidas de viejos amigos y de su madre.

Dedica una parte de la mañana a responder, para después seguir tocando el piano y cantando. Comienza a componer una nueva canción, ensoñadora. Se deja llevar: en apenas dos horas, la tiene lista y terminada. 

Es entonces cuando llama a su madre. Al escuchar su voz preocupada, Ángela se rompe. Le pide perdón por desaparecer, y su madre insiste en que vaya a comer con toda la familia y den un paseo por la tarde las dos solas. Ángela acaba accediendo. 

Cuando pasean por la tarde, no hablan del año y de las últimas semanas, sino de cuando Ángela era una cría. Su madre le recuerda lo que le decía Ángela cuando se despertaba por las mañanas, siempre inquieta: “es que durmiendo se pierde el tiempo”. Se ríe al recordarlo. 

Acaban llegando a casa de Ángela. Le toca y canta a su madre la canción que compuso por la mañana y, cuando termina, se abrazan. “Tu talento no es solo tocar el piano, ni componer, ni cantar. Tu talento incluye eso pero, sobre todo, es que siempre vuelves a hacerlo, da igual lo que pase”, le susurra su madre sin soltarla.

Cuando su madre se marcha, Ángela no puede dejar de pensar en eso. Aunque se lo niegue a sí misma, siempre vuelve a hacerlo. Y quizá todo tenga que ver con eso. Se puede parar, se puede incluso abandonar, pero con la promesa de volver siempre a hacerlo. 

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