Qué sensación más maravillosa la de recibir una llamada de una persona con la que mantuviste una buena y quizá intensa relación en algún momento de tu pasado, pero que, sin saber cómo, sin proponértelo, simplemente porque el tiempo pasa y “no te da la vida”, habíais perdido el contacto.
Y si además esa llamada llega en medio de una situación de confinamiento, (ya van más de 50 días, fewwww!!!), de miedo por lo que está pasando e incertidumbre por lo que pueda pasar, puede que incluso de soledad, si te está tocando pasarlo sin compañía. Si llega en un momento así, te tiras en el sofá con una sonrisa de oreja a oreja, le dices que te hace mucha ilusión su llamada y “qué pasa, tío”, (o similar) y a darle a la hebra y a ponerse al día.
De pronto el día se transforma. Se ha producido un hecho que ha trastocado tu rutina y la alegría se instala como emoción dominante. La alegría, que como la sorpresa, se inicia con rapidez pero, mientras la sorpresa se esfuma con la misma velocidad con la que aparece, la alegría se queda un rato con nosotros, haciéndonos compañía y queriendo contagiar. A la alegría le gusta la gente, la comunicación, las risas, hablar, el bullicio, y sentirse feliz. Una sensación agradable se apodera de ti.
Los ojos se abren y, como dirían mi abuela Encarnación y mi vecina Toñi, muy parecidas en esto, los ojos brillan, prueba indiscutible e irrefutable de que “a ti, te pasa algo”. Los labios se separan dejando la boca abierta también, las comisuras se elevan hacia arriba, y ahí se queda esa imagen de ….naive, ingenuo, bobalicón. Y ¡todo por una llamada de alguien del pasado que quiere saber cómo estás llevando el confinamiento y cómo están tu familia y amigos!.
Pues sí, amigos: nos gusta que se acuerden de nosotros. Y en estos días de aislamiento social, estamos recibiendo whatsapps, llamadas y videollamadas que simplemente nos alegran el día, que nos ayudan, sin que a veces seamos conscientes, a vivir este periodo tan peculiar, inesperado e impredecible, sin rendirnos. A unos más y a otros menos, pero en general también nos impulsan a hacer nosotros lo mismo.
Buscamos en el baúl de la memoria y nos acordamos de fulanito, menganito o sutanita y sonreímos otra vez al recordar a la persona, algún momento especial compartido. Tenemos una buena excusa para actuar al respecto: el momento que estamos viviendo de confinamiento. Por tanto, no será necesario dar explicaciones de por qué ahora. Y lo hacemos, llamamos, porque estamos alegres y porque la alegría se contagia.
La alegría está relacionada con la acción, ya que aumenta el número de endorfinas y el nivel de dopamina en nuestro organismo. Sí, de endorfinas, esas moléculas de la felicidad descubiertas por John Hughes y su equipo en 1975 que nos producen una sensación de bienestar y estimulan nuestro organismo. Además de bajar el nivel de ansiedad, ayudan a reforzar el sistema inmunitario, acentúan las sensaciones de placer y ¡cha,chan…!, retrasan el proceso de envejecimiento. Puede que eso ahora no te interese mucho pero, créeme: es importante.
Si no quieres esperar a tener esa llamada que aumente el nivel de endorfinas, también puedes generarlas tú de forma natural: bailando, jugando con los niños, practicando yoga o haciendo deporte. Estas acciones también transformarán tu día y te pondrán alegre y con ganas de moverte y acometer más motivado lo que tuvieras planeado hacer.
Imagínate si, además, como me pasó a mí cuando estaba pensando qué hacer con mi vida, esa llamada es para ¡ofrecerte un proyecto!
Antonia Caballero Cano se define como “coach, economista, escuchadora, aventurera, privilegiada, agradecida, alerta, consciente, resolutiva y sociable”. Lleva años dedicada a “crear encuentros” y a aportar “bienestar a personas y equipos”. Sigue su Columna La Fuerza en Good4Good para continuar mejorando.
