No es que no existieran, es que no los veíamos. Vivíamos con prisa, encerrados en nuestras jaulas de oro que no eran más que eso, jaulas, y no teníamos tiempo de saber si arriba o al lado había alguien más con las mismas preocupaciones y las mismas alegrías. Pero llegó un virus que nos ha obligado a parar de golpe y a mirar por las ventanas, porque es la única manera de contemplar unas calles que antes pisábamos. Y ahí están ellos, los vecinos.
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